La historia de Jaén, capital del Santo Reino , está marcada por su estratégica situación en una obligada tierra de paso, que la convirtieron en encrucijada de razas y de culturas. No hay que olvidar que los árabes la llamaron Geen, que quiere decir lugar de paso de caravanas. Enclavada cerca del río Guadalbullón, que riega una feraz vega, fue la Aurigis de los romanos, famosa por sus minas de plata.
Entre la campiña y la sierra del sur se abre la verde exaltación del olivar, milagrosamente enlazado con el espíritu jaenero que, como el olivo, es firme y resistente. Aquí se encuentran las abruptas sierras de evocadores nombres: de la Lastra, de Chircales, de la Caracolera, de la Loma, de la Grana, de Jabalcuz, de la Pandera, de la Alta Coloma, del Trigo y de Grajales; y deliciosos ríos, de aguas transparentes, poblados de peces, el Jaén, el Guadalbullón, el Quiebrajano y su embalse, el Campillo, el Frío, el Judío, el Salado y el Velillo.
Gran parte de esta zona de la provincia es industrial: almazaras, fábricas de harina, conservas vegetales, confecciones textiles, maderas y muebles, perfumerías, construcción y siderometalúrgicas, entre otras. La historia y la tradición no han anulado el creciente progreso de Jaén.